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No malgaste su vida decidiendo. Si quiere perseguir sus sueños, hágalo ya

Por Mark Chussil

26 de mayo de 2017

 "Huntington Hartford, que heredó una fortuna del negocio de supermercados A. & P. y perdió la mayor parte del dinero persiguiendo sus sueños como emprendedor, mecenas artístico y hombre del ocio, falleció el pasado lunes en su casa en el Cayo Lyford en las islas Bahamas", informaba The New York Times en 2008. "Se calcula que heredó unos 80 millones de euros de los que perdió aproximadamente 71 millones de euros", continuaba el obituario.

He hecho los cálculos. Con casi 10 millones de euros en su cuenta corriente, el señor Hartford no había muerto en la miseria.

Su fallecimiento también acaparó la portada de The Wall Street Journal. "Falleció: Huntington Hartford, 97, el heredero de los supermercados A&P que despilfarró una fortuna persiguiendo sus sueños, en las islas Bahamas".

En nuestra cultura, "¿Cuánto vale usted?" es una pregunta financiera que refleja la utilidad de cada individuo, no a su carácter. Ser un "éxito" significa acabar con más de lo que se tenía al principio. Decimos: "No te lo puedes llevar contigo [cuando te mueras]" pero nos comportamos y juzgamos como si así fuera.

Desde luego, el señor Hartford tuvo suerte de haber tenido suficiente dinero para hacer lo que quiso. Pero, ¿de verdad los hechos "despilfarró una fortuna" y "perdió 80 millones" pueden considerarse un fracaso? ¿Por qué ni The New York Times ni

The Wall Street Journal celebraron que hubiera gastado su fortuna viviendo sus sueños? "Para la mayoría de los estadounidenses, los peores errores son financieros y en ese sentido yo he sido Horatio Alger a la inversa", dijo Huntington Hartford.

Hace mucho tiempo, tenía un trabajo del que no disfrutaba. No era un mal trabajo; era seguro y agradable. Y yo tenía éxito, pero el trabajo simplemente no me resultaba tan gratificante como quería. Dedicaba mi tiempo libre a jugar con las simulaciones, las investigaciones y las redacciones que aún me fascinan. Y cuanto más exploraba, más me irritaba mi trabajo.

Un día, me quejé a alguien cercano a mí, que me hizo un regalo en forma de pregunta: "Entonces, ¿por qué no te despides del trabajo y haces lo que quieres?" Sé que la opción de despedirse parece obvia. A mí se me había ocurrido varias veces. Pero esa fue la primera vez que escuché la parte de "entonces, ¿por qué no..."

¿Por qué no me había despedido ya? Porque me había metido en un espeso matorral de "tengoques". Tengo que tener unos ingresos regulares. Tengo que recibir el respeto que acompaña una tarjeta de visita de una empresa vanguardista. Tengo que, no quiero. Suposiciones, creencias y hábitos, no equivocados pero tampoco obligatorios que yo deba obedecer estrictamente.

Cuando me fijé en los tengoques que me había autoimpuesto, pude cuestionar su influencia sobre mi decisión. Me despedí de mi trabajo al día siguiente. Quería vivir mis sueños.

Durante los 25 años que han transcurrido desde entonces, he pasado por vacas flacas y gordas. Cada vez que me he preguntado si tomé la decisión correcta, la respuesta ha sido siempre inmediata y visceral: sí. Sé que renuncié a la seguridad a favor de la satisfacción, y a veces echo de menos la seguridad. Otra gente podría preferir seguridad a la satisfacción. Pero para mí, hasta ahora, el trueque me ha merecido la pena. Y cuando ya no sea así, haré otra cosa.

No quiero parecer simplista, como si me limitara a recibar el eslogan publicitario de Nike: "simplemente hazlo". Decidir lo que realmente es una condición imprescindible y si se debe perseguir de un "quiero" tiene consecuencias y riesgos. Los 80 millones de euros liberaron y aseguraron a Huntington Hartford más de lo que disfrutamos la mayoría de nosotros. Pero todo ese dinero no le obligó a vivir sus sueños. Tuvo que decidirse él a hacerlo.

La falta de dinero puede ser un obstáculo para vivir nuestros sueños. También el percibido exceso de tiempo que implica mañana: lo haré... mañana.

Puedo atestiguar que el mañana resulta especialmente tentador frente a decisiones complicadas. Yo estuve atascado durante meses. Pero dos cosas consiguieron desatascarme. Una fue reenmarcar la decisión a la que me enfrentaba. Había intentado, sin éxito, responder a: "¿qué puedo hacer para provocar el resultado que quiero?". Así que en lugar de eso, me pregunté: "¿Cuáles son los mejores y peores resultados que podría esperar?" Contesté esa pregunta de inmediato. Sabía que la respuesta era cierta aunque no me gustaba.

Pero lo que realmente me desatascó fueron los consejos de mi mejor amigo, un hombre al que conocía desde hacía casi 40 años. Dijo: "No malgastes tu vida decidiéndote". Sabía de lo que hablaba. Fue nuestra última conversación, tres días antes de que falleciera de leucemia.

Usted se pasa la vida tomando decisiones. Mientras tanto, las cosas cambian. Sus valores cambian. Sus sueños cambian. Lo que le rompía el corazón o le maravillaba a los cuatro años no tiene sentido a los 40. Lo que le rompa el corazón o le maraville a los 40 no tiene sentido a los 20. Y llegará un día en el que estaría dispuesto a cambiar todo lo que le quede por tener lo que tiene ahora mismo.